Ver para creer o creer para ver

«Ya no veo al cocodrilo en la nube.»

¿Cuántas veces hemos mirado al cielo en búsqueda de figuras en las nubes?

Esto ocurre porque nuestro cerebro almacena una gran cantidad de referentes. Todo en imágenes, o como lo llaman los científicos, lenguaje iconográfico.

Las imágenes surgen en nuestro cerebro por asociación con la imagen de referencia. Éste asocia colores, brillos y movimientos, identificando detalles divertidos que desde niños comenzamos a registrar en nuestra memoria en forma de experiencias; aún de adultos podemos trasportarnos a esos eventos con la estimulación adecuada (un olor, un destello de luz, un color). Estas figuras surgen en forma de recuerdos o imágenes que nos parecen similares a la que tenemos frente a nosotros al verlas. Cosas como: «Mira, en la luna se ve un conejito» o también: «hoy se ve La Virgen en la luna».

Si le preguntamos a personas de otras culturas o creencias qué ven en la luna, probablemente una mujer con túnica responda que le recuerda a otro objeto y no que le parece una Virgen; esto pasa por no tenerlo previamente almacenado o aprendido.

Los ojos parecen no sólo ser la ventana del alma, sino también la filmadora de luces, colores y movimientos, que nos convierte en lo que somos y que sin duda, le gusta ilusionarse, volver a ver, recordar, enseñar y compartir.